miércoles, 26 de agosto de 2015

Un Sueño, un viaje a tu pecho.

Por Rafael Fleitas

Para A.M. (24/08/15)

Anoche soñé con tu pecho. Sí, fue extraño, lo sé, pero muy real.
Imagen tomada de Pinterest
Subí a una nave hecha de suspiros. No como esas golosinas esponjosas que en la boca parece que se desaparecen sobre la lengua, no. Suspiros salidos del aliento, del lugar del pecho de donde nacen las emociones, o al menos de donde se cree que lo hacen. Era extraño que fuera tan efímera e irreal y al mismo tiempo tan fuerte y palpable. Subí a su interior y parecía estar en una nube, había al mismo tiempo una perspectiva de todo el entorno que era envidiable y a la vez una segura confianza que era deseable.
Al llegar al esternón había una puerta, un poco maltrecha, arañada y rasgada, como si la hubiese atacado una bestia de filosas garras y de enormes fauces. Sin embargo, permanecía en su lugar, anclada y poderosa. No tenía cerradura, pero cuando nos detuvimos frente a ella, suspendidos en el aire que roza tu piel y juguetea como brisa campestre, se abrió hasta quedar un acceso justo por el cual penetrar al interior. Al estar completamente dentro, la nave y yo, se cerró tras nosotros y al girar mi cabeza pude ver que la única manera de abrirla era por dentro, con una llave de forma extraña que tenía una inscripción también extraña, decía "Voluntad".
En el interior había tanto espacio que me pareció permanecer un millón de años luz recorriendo mundos, sueños, esperanzas, palpitaciones (algunas tormentosas pero la mayoría tranquilas como una orilla de arroyo sobre un manto de césped sutilmente podado).
Entre lo que recuerdo, me parecieron hermosas las grandes extensiones sembradas de paz, cada planta repleta de botones a punto de abrirse. No imagino la magia de respirar el aroma del aire, ese aire cargado del aroma de todas esas flores abiertas. No es difícil caer en cuenta que si tuviera la fortuna de respirarlo pernoctaría para siempre en esos campos.
También recuerdo áreas devastadas aparentemente por una especie de fuego. Lo que fueron flora y fauna en un tiempo, estaban chamuscadas, vueltas ceniza y carbón. Pero no parecía un lugar desértico. Sobre estos maltratados y necrosos campos había una legión de obreros cultivando. Abrían la tierra que aún era evidentemente fértil. Haciendo nuevos surcos de sueños, regando con confianza y abonando con alegría, depositaban semillas de amor, con una ternura tal que imaginé que me extasié por mil años. Pronto, esos campos, volverán a mostrar su colorido hipnótico y aroma embriagante. ¿Quién diera la vida por correr para siempre en esos campos y respirar sin descanso de su brisa?
Pero no se puede volar mucho tiempo, quise decir soñar mucho tiempo, con tu pecho, porque al fin y al cabo no sale uno nunca totalmente de sí ni se abandona jamás la propia realidad. Es sólo eso, un sueño del cual tarde o temprano se despierta y que no importa si parece durar una eternidad, en realidad cabalga la distancia que separa a un segundo del siguiente en las dunas enigmáticas de un reloj de arena.
Volví del viaje sintiendo el gozo que da el saber que todo está bien, indeteniblemente bien, y giré sobre la cama mientras acomodaba la cobija sobre mis hombros, y puedo asegurar que había una sonrisa de satisfacción en mi rostro, una de esas que se dibujan en los niños la noche antes de la Navidad, horas antes de abrir los regalos. Y seguí durmiendo hasta ahora, que desperté para compartir contigo mi extraño sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario